"El Honor Es Mi Divisa": Recuerdos de un guardia civil (I parte)

Caminos y gentes

 José Antonio, militar en tiempos de Franco, describe cómo era la vida de un guardia civil dentro de la antigua Casa Cuartel de La Resinera de Fornes.

 

 Paralelo al valle del río Cacín, internándose gradualmente en la sierra almijareña, transcurre el camino forestal que nos lleva a la antigua fábrica de la Unión Resinera, hoy Punto de Información del Parque Natural. A la orilla de ese camino se encuentran los restos de una construcción poco común por esa zona; están rodeados por una alambrada que intenta proteger el lugar -en vano, pues está abierta- del libre acceso de personas. Aunque el edificio aparece casi hundido por el tiempo y un devastador incendio acaecido hace años, una mirada rápida basta para apreciar lo notable que debió ser en otra época. Se trata de la Casa Cuartel que la Guardia Civil tenía establecida en la finca de La Resinera, o como se llamaba en su tiempo, la 136 Comandancia de la Guardia Civil, Puesto de Pinar de Alhama.

Puerta principal del Puesto de Pinar de Alhama

 Lo primero que destaca es la escalera con balaustrada de acceso al edificio, y tras ella la puerta principal, en forma de arco y con una estructura añadida también en doble arcada, ambas rematadas por un borde de vistoso ladrillo rojo. Las ventanas, altas e iguales entre sí, repiten también esa forma arqueada y el margen de ladrillo, de manera que todo forma un conjunto muy armonioso. En el interior, llama la atención la impecable factura del patio central, de planta cuadrada, rodeado en su perímetro por una arquería de ladrillo semicubierta por un alerón de madera, que en algunos lugares conserva el color verde de la pintura original. Alrededor del patio, un amplio corredor muestra cómo se distribuían las viviendas y otras dependencias de la construcción.


Patio central

 El emplazamiento del viejo cuartel es precioso, pero también algo apartado. ¿Cómo fue la vida de los guardias civiles y sus familias en aquel lugar, su día a día?¿Serían felices, o por el contrario, se sentirían solos y lejos de todo? En tiempos de guerra, y también de paz, los hermosos muros del Puesto de Pinar de Alhama han sido testigos callados de la historia en general, y de muchas historias particulares, también. Una de ellas es la de José Antonio.

 José Antonio Camposo de Haro fue un guardia civil a la antigua usanza; militar por vocación, firme e íntegro cumplidor de su deber, de él decían que "llevaba la disciplina en la masa de la sangre". Hoy, a punto de cumplir noventa y cinco años, es un hombre cariñoso y afable, y todo un caballero en el trato. Tiene el cuerpo frágil debido a su edad, y la mirada -unos ojos azules, algo maltrechos ya, que en sus tiempos debieron ser muy bonitos- con esa expresión noble, que de puro sabia se vuelve tierna, que tienen en común todas las personas mayores.


José Antonio Camposo de Haro

 José Antonio habla con voz suave y pausada -el paso de los años atemperó su timbre- y conserva una memoria excelente, que él se encarga de mantener así de bien leyendo y escribiendo a diario. Cuenta que nació en Los Guájares en octubre de 1921, que perdió a su madre con sólo dos años y que desde niño fue pastor de cabras; que su familia era humilde y pasaron muchas penalidades. Salió por primera vez de su pueblo cuando lo llamaron a filas, con diecinueve años, y al terminar el servicio militar ingresó en la Academia de la Guardia Civil de Torrelavega (Cantabria), en el año 1945. Durante la posguerra española, ya convertido en miembro de la Benemérita, fue destinado a luchar contra la resistencia antifranquista. En esa misma época -ironías de la vida- un pariente suyo, Diego Camposo Arnedo, se "echó a la sierra", uniéndose a Agrupación Guerrillera Roberto, justo mientras José Antonio andaba persiguiendo maquis por tierras de Badajoz. -"Nosotros los llamábamos bandoleros, ¿sabe usted…?", me dice con mirada seria-. Es verdad… en esto, como en otras cosas, todo depende del color del cristal con el que se mira. Los maquis fueron unos héroes para la izquierda de la época, y unos malhechores para sus perseguidores, en el gobierno. Y todos, de un bando y del otro, víctimas del momento histórico en el que vivieron.


Recién licenciado en la Academia de la Guardia Civil


 José Antonio pasó por varios destinos antes de presentarse en el Puesto de Pinar de Alhama, en 1953. Cuando llegó a la Almijara la guerrilla ya había terminado, aunque todavía se realizaban, por precaución, algunos servicios especiales de vigilancia. Al mencionar su vida en el cuartel de La Resinera, se nota en su voz un cambio de tono que evidencia el cariño y la nostalgia que aún siente por ese lugar, al que llegó recién casado con Carmen, la mujer fuerte y discreta que fue su compañera -y la persona que mejor supo comprenderlo- durante sesenta y dos años. Y de la que continúa enamorado, a pesar de que hace dos años que ella falleció.
 


José Antonio y Carmen, el día de su boda

 José Antonio relata esa época de su vida de una forma tan bonita, que la transcribo a continuación con sus propias palabras y sin cambiar ni una coma, tal y como él mismo me la apuntó en una hoja de papel. Dice así:

"Pequeño historial de mi estancia en el Puesto de la Guardia Civil, en La Resinera

 Mi llegada a dicho lugar fue en enero de 1953, incorporándome a dicho Puesto como Guardia 2º, casado el día 1º de febrero del año 1952 anterior, aún sin hijos. Esta pequeña agrupación se hallaba formada por un Cabo y seis guardias cuyos nombres cito a continuación: Cabo Primero Domingo Aguilera Portero, Comandante de Puesto; Guardias Civiles: Pedro Cayuela Cayuela, Antonio Esturillo Morales, Vicente García Jiménez, Francisco Polo Molina, José Santana Valido, Andrés Páez Guillén y José Antonio Camposo de Haro.

Misión de este componente:

 Vigilancia del extenso territorio poblado de pinares y espeso bosque de muy variadas especies, entre las que se encontraban las aromáticas que en tiempo de su floración embriaga su perfume al viandante que visitase aquel bello paisaje. En trayectos cortos llamados "servicio de correrías" lo hacíamos por parejas, en servicio rural, para evitar se cometiese cualquier hecho punible, e intervenir si se cometiese. Dado a que pudiese existir algún pequeño grupo de los llamados por nosotros "bandoleros", de vez en cuando, el servicio se nos nombraba de tres guardias con pernocta en cualquiera de los cortijos que existían en el recorrido, dentro de la finca jamás llegamos a tener encuentro con dichos malhechores.


Cuaderno original de la época, donde José Antonio apuntaba los casos prácticos

Beneficios recibidos de la dirección del ingenio:

 Además de la luz eléctrica, leña de pino en la precisa cantidad para hacer las comidas y calentarnos en el invierno, más una pequeña parcela de terreno para las hortalizas, y en la parte de atrás del cuartel unos pequeños corrales en los que cebábamos un cerdo para hacer matanza, teníamos conejos y gallinas para evitarnos comprar carne y huevos. En cuanto al transporte para viajar y regresar a casa, existía un camión de Fajalauza, que para la cocción de la cerámica instalada en Granada, la leña la llevaba autorizadamente del monte de dicha finca. Cuando era necesario viajar a cualquiera del personal del cuartel lo hacíamos en la cabina con el conductor, a quien también se le hacían encargos.

Casa Cuartel:

 Se hallaba la primera a la derecha del carril a la entrada del lugar en que se encuentra el complejo industrial de La Resinera. Dicho complejo, porque además de aguarrás y sus derivados, también se producía un producto para dar más vida a las redes de pesca, con las cepas del enebro que abundaba en aquellos campos.

 Por lo que a mí respecta, realicé mis estudios por correspondencia en la academia "Maripur" primero, no me convenció y me integré en la llamada "Gamar". Hice mis exámenes en la Dirección General de Madrid y en septiembre de 1955 marché a la capital de España. Es donde realicé el curso de preparación de Cabo. Regresé a La Resinera en marzo de 1956, ascendí a dicha categoría militar y fui destinado al Puerto de Motril en calidad de Jefe del Resguardo, así pues, mi permanencia en el Puesto del Pinar en finca de La Resinera sólo fue de tres años.

 La Casa Cuartel fue un hermoso edificio, construido con excelentes materiales, en los que predominaban arcos de ladrillo en su patio interior. Desgraciadamente, hoy se halla en total estado ruinoso, porque un grupo de minusválidos denominado "El Bosque" que fue alojado en él, tal vez por imprudencia de ellos o de las personas que los asistían, se produjo un incendio que devoró las siete viviendas, oficina y habitación en la que permanecía el guardia de puertas cada 24 horas.

 Siento gran nostalgia, no sólo porque allí viví con mi muy amada y recordada querida y ya difunta esposa, sino también porque en dicho lugar nacieron y vivieron mis dos hijas que tengo y quiero con todo mi amor. Me permito adjuntar a esta pequeña historia copia de un escrito por mí confeccionado en 15-enero-1955, con datos de La Resinera".

 A este relato de José Antonio me gustaría añadir algunos detalles que conocí el día que fui con él y sus hijos a visitar las ruinas del cuartel, al que el anciano sólo había vuelto una vez en sesenta años. Mientras paseábamos entre los escombros -él caminaba despacito y cogido de nuestro brazo, para no tropezar- José Antonio iba rememorando retazos de los tres años largos que pasó entre aquellas paredes, con su esposa y sus dos hijas mayores. Con la mirada emocionada y evidente alegría, el antiguo guardia civil señalaba a un lado y al otro, mientras los recuerdos iban emergiendo de los rincones de su memoria y se convertían en un relato ilustrativo y conmovedor, que todos escuchábamos con atención.

 "La Casa Cuartel disponía de siete viviendas familiares, una para el Cabo y otras seis para los guardias; una Sala de Armas que también funcionaba como oficina, y una Sala de Guardia, donde nos turnábamos para vigilar las 24 horas del día", nos iba contando. "Ésta de aquí era nuestra casa, y ésa es la ventana de nuestro salón, ahí estaba la chimenea, y en este otro lado mi mujer tenía la máquina de coser. Las casas tenían una entradilla, un salón con chimenea para calentarnos y cocinar, y dos dormitorios; el suelo era de cemento. Todas las viviendas eran iguales; sólo la del Cabo era algo más grande. Por esta ventana se ve el terrenillo que teníamos para plantar la hortaliza, ¿veis? justo ahí detrás. Dentro de las casas no teníamos agua corriente, pero las mujeres iban a buscarla a una fuente que había detrás del cuartel, que se abastecía de una acequia que la traía abundante y fresca, para el uso de la casa, y también para mantener los huertos y los animales, porque cada uno teníamos además nuestro corralillo con unas gallinas, unos conejos y un cerdo para hacer matanza cada año".


Ante la ventana de su antigua vivienda

A cada paso de daba evocando fragmentos de su vida, José Antonio se animaba y casi parecía rejuvenecer. De pie frente al patio central, observaba un momento con añoranza y luego continuaba con su historia. "Aunque ya no quedasen bandoleros, nuestra tarea era dura. Salíamos a hacer las rondas durante varios días, a pie y con mucho peso encima: el uniforme, la capa y el tricornio, el fusil colgado al hombro, la cartera con la documentación, las cartucheras llenas de munición, una manta para abrigarnos por la noche, y un macuto lleno de lo necesario para hacernos la comida: ¡hasta una sartén llevábamos! En ocasiones, cuando llovía y se nos empapaba la capa, se nos enredaba entre las piernas y casi nos impedía caminar, porque pesaba una barbaridad… Teníamos asignado un territorio de vigilancia de varios kilómetros y lo recorríamos andando, porque en este cuartel no había caballerías. Íbamos de dos en dos si la ronda era de un día, y de tres en tres si hacíamos pernocta. A veces dormíamos en los cortijos que encontrábamos al paso, otras veces al raso o en cobertizos viejos, con tantos mosquitos que teníamos que ahuyentarlos quemando boñigas secas de vaca, aunque el humarín casi nos asfixiara. ¡Y el frío que soportábamos en invierno, las noches de guardia, aun envueltos en nuestras capas y mantas! Eso es para pasarlo… Nunca decíamos a nadie adónde íbamos ni con qué compañeros, ni siquiera a nuestras mujeres; estaba estrictamente prohibido bajo pena de arresto e incluso expulsión del Cuerpo. Oficialmente teníamos ocho horas de servicio diario, pero la realidad era que vivíamos en servicio permanente, listos en todo momento para actuar, donde fuese y cuando fuese".


El tiempo ha dejado su huella, pero la memoria permanece intacta

 Algunos recuerdos hacían sonreír a José Antonio, pues es cierto que el paso de los años, afortunadamente, suaviza los rigores pasados: "Cada cierto tiempo recibíamos la visita -siempre sin previo aviso- de nuestros superiores, que venían a la Casa Cuartel para una inspección general. Me acuerdo que todos temíamos especialmente las visitas del Teniente Limia, porque era un mando estricto y autoritario como ningún otro; no sólo revisaba cuartel, armamento y uniformes, sino que también entraba en nuestras casas para comprobar si estaban limpias y ordenadas… ¡nada escapaba a su control! Los guardias no podíamos hablarle directamente, sólo el Cabo se dirigía a él; creo que todos le teníamos miedo". Efectivamente, el Teniente Coronel Eulogio Limia Pérez fue un destacado mando de la Guardia Civil, famoso por su inteligencia y severidad para con todos sin excepción, incluidos sus subordinados. Llegó a ser, con el tiempo, Director General del Cuerpo.


El Teniente Coronel Eulogio Limia Pérez

 "Los domingos y fiestas de guardar nos acercábamos para oír misa a la capilla de la Resinera, donde también iban a la escuela los niños más mayores del cuartel. Y en verano, al terminar los quehaceres de la casa, las mujeres se acercaban al río con los más chicos para pasar un rato allí fresquitos. Las esposas de los guardias civiles estaban muy unidas, eran casi como familia, pues vivían un poco aisladas dentro del cuartel y recibían pocas visitas; digamos que se tenían las unas a las otras. Si mi mujer, Carmen, hubiese podido venir, nos habría contado cómo se las arreglaban". Y añadió luego, muy bajito: "Todos los días me acuerdo de ella…"


José Antonio con sus hijos Carmen, Matilde, José Antonio y Francisco Javier, y sus nietos Álvaro, Javier e Irene
 
 La visita al cuartel de La Resinera estuvo llena de momentos emotivos para la familia del anciano guardia civil. Poco antes de marcharnos, José Antonio se acercó a la ventana de su antigua casa para cortar, con infinita delicadeza, una amapola que crecía sobre el alféizar; después comentó a sus hijos: "Estoy seguro de que vuestra madre está hoy aquí con nosotros, en espíritu". Ninguno dijo nada, pero yo creo que ellos lo sintieron así también.

 José Antonio vivió durante algo más de tres años en el Puesto de Pinar de Alhama y allí nacieron sus dos hijas mayores, Carmen y Matilde; al poco tiempo ascendió de categoría militar y fue destinado al Puerto de Motril, donde se fue con su familia en 1956. Continuó prestando servicio en el Cuerpo hasta que cumplió los 53 años de edad y se jubiló con el cargo de Brigada, en 1974. Luego solicitó un destino civil -fue conserje en un instituto de Granada- en el que trabajó hasta su jubilación definitiva, en el año 1986.


El 10 de octubre de 2014, José Antonio recibió un homenaje en la Comandancia de la Guardia Civil de Granada, por ser el guardia civil vivo de más edad

 Desde entonces dedica su tiempo a la investigación, la lectura y la escritura; ha estudiado el árbol genealógico de su familia remontándose hasta el año 1613, y recientemente ha recogido la historia de su localidad natal en un volumen titulado "Los Guájares en la Historia". Hoy vive rodeado del cariño de sus hijos, nietos y bisnietos, y trabaja, feliz y tranquilo, en el retiro de su casa de La Zubia (Granada). Porque José Antonio aún tiene varios proyectos, y está dispuesto a llevarlos a cabo, mientras -como él mismo dice- "Dios lo tenga en este mundo".


Con uno de sus objetos más preciados: el sombrero de gala de la Guardia Civil, que conserva desde que ingresó en la Academia, en el año 1945

 Aunque lo parezca, esta historia no termina aquí; tiene dos partes, que se completan entre sí. La de José Antonio es la primera; en la segunda conoceremos el punto de vista femenino de la vida en un cuartel: el de doña Facunda, amiga de infancia de Carmen y viuda de otro guardia civil, compañero y amigo de José Antonio, en el Puesto de Pinar de Alhama.


José Antonio en su antiguo huerto; en la mano derecha lleva la amapola que crecía en la ventana

Fotografías: Mariló V. Oyonarte

 

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