Yerma o la tragedia de la esterilidad

Palabra en el tiempo


Es en Yerma donde Lorca encuentra sublimada toda la tragedia que para una mujer supone un matrimonio infecundo.

María Jesús Pérez Ortiz

Filóloga, catedrática y escritora
 
 Ya en el primer cuadro del acto primero, el personaje manifiesta su preocupación de que un trabajo excesivamente duro pueda disminuir la capacidad sexual de su esposo, y se dirige a él con estas palabras: “¿No tomas un vaso de leche? Trabajas mucho y no tienes tu cuerpo para resistir los trabajos.” En esta primera dulce recriminación ya se adivina cierta preocupación de la esposa por una posible inhibición sexual en un marido demasiado entregado a su trabajo. Por eso le recuerda-tal vez un modo de excitar su pasión dormida-:”¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de “Holanda?”...Pero, Yerma pronto se da cuenta del desvío del esposo, limitándose a soñar en el anhelo más profundo de la maternidad.

 Ella le necesita tanto que le ofrece a ese hijo imaginario la tibia leche de sus pechos en un anhelo de instintivo encuentro: “¿Qué pides, niño, desde tan lejos?/ Los blancos montes que hay en tu pecho.”

 Aunque Yerma conoce los riesgos de la maternidad, se ofrece en holocausto: (…) “Tronchada y rota soy para ti./Cómo duele esta cintura/ donde tendrás primera cuna./¿Cuándo, mi niño, vas a venir?.

 Ya se adivina la tragedia. Yerma se encuentra con una vecina embarazada de cinco meses y manifiesta su interés por conocer lo que se siente. Lorca pone en boca de la amiga una de las más bellas frases: “No me preguntes. ¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano? Pues lo mismo…, pero por dentro del cuerpo.” Yerma se queja de de su esterilidad, y le contesta: “Dos años y veinte días, como yo, es demasiado esperar”. Su vecina la consuela con los dolores que le esperan. Pero Yerma pronuncia unas conmovedoras palabras: “¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno de grietas que le producían gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la salud.”

 Pero es mayor aún el dolor de Yerma cuando habla con las malintencionadas viejas del lugar. A su angustiada pregunta“¿por qué estoy yo seca?”, una de ellas le contesta que todo goce sexual va seguido de embarazo: “(…) Los hijos llegan como el agua”; preguntándole a Yerma algo que le aterroriza: “Oye: ¿a ti te gusta tu marido? ¿No tiemblas cuando se acerca a ti?...” Pero en la contestación de Yerma se adivina una frigidez: “No. No he sentido nunca.”

 Lorca encuentra la causa de esta frigidez-muy común entre los matrimonios rurales-en la “boda de conveniencia”. Y en boca de su personaje pone estas palabras: “Mi marido es otra cosa. Me lo dio mi padre y yo lo acepté (…). El primer día que me puso con él de novia ya pensé en los hijos…” La vieja le insiste: “Por eso no has parido a tiempo. Los hombres tienen que gustar.”

 A ese matrimonio sin amor se va sumando una depresión que en Yerma se pone de manifiesto en esta frase: “Me estoy llenando de odio. ¿Tengo yo la culpa? …” En ese instante sobreviene para Yerma su primera tentación. El encuentro con su antiguo novio. Sus conversaciones con él comienzan a dar lugar a murmuraciones entre las comadres.

 Un grupo de lavanderas jóvenes, pensando en las mujeres estériles, cantan: “¡Ay de la casada seca!/¡Ay de la que tiene los pechos de arena!...” Y hasta la animan con caridad:”Dime si tu marido guarda semilla/para que el agua cante por tu camisa…”
 
 A la angustia y a la depresión se une algo que también es corriente en la mujer infecunda: el complejo de inferioridad. Así lo define Yerma: “Estoy harta, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua y que paren las ovejas cientos de corderos…”



 Es maravilloso cómo se recrea en el espectáculo de la fertilidad de los campos y de los animales. Su sensación de soledad aumenta en sus conversaciones con las mujeres del pueblo que ya han parido:”Las mujeres, cuando tenéis hijos, no podéis pensar en las que no los tenemos. Os quedáis frescas, ignorantes…” Yerma, perdida ya la razón y la confianza en su marido, acude a los consejos de brujas y conjuradoras. Éstas, para animarla, la embaucan con hermosas palabras: “La última vez hice la oración con una mujer que estaba seca más tiempo que tú, y se le endulzó el vientre de manera tan hermosa que tuvo dos criaturas ahí abajo, en el río…” Yerma sueña y responde:”Tengo la idea de que las recién paridas están como iluminadas por dentro y los niños se duermen horas y horas sobre ellas. Oyendo ese arroyo de leche tibia que les va llenando los pechos…” Le preguntan con curiosidad, no exenta de lascivia, por el comportamiento del esposo, y contesta, con nobleza:” Es bueno, sí. ¿Y qué? (…) Cuando me cubre, cumple con su deber, pero yo le noto la cintura fría y como si tuviera el cuerpo muerto…”

 No se puede definir mejor la falta de unión de una pareja. Resalta aquí el recato y el pudor de Yerma, tan propio de la mujer española. Pero las sospechas de Juan aumentan y las recriminaciones son diarias. Huye un día de su casa, desesperada, y acude a una romería que, en realidad, es una superchería preparada por viejas celestinas. Yerma, inocente, reza esta plegaria:” Señor, que florezca la rosa,/no me dejéis en sombra…” Y sobreviene el momento más intenso y dramático de la obra. Una de las brujas le propone que se una a un hijo suyo, joven y apuesto. Yerma contesta con dignidad de hembra herida:”(…)Nunca lo haría (…). ¿Dónde pones mi honra? (…) ¿Has pensado en serio que yo me pueda doblar a otro hombre? (…)Yo soy como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes, y lo que tú me das es un pequeño vaso de agua de pozo. Lo mío es dolor, que ya no está en mis carnes.”

 Es grandioso el concepto de Yerma, de su dignidad de mujer casada y honrada: pone su título de mujer por encima de todo. Sus antiguos ensueños de fertilidad de la tierra y de los animales los aparta antes de ofender al hombre con quien se unió.

 Acude el marido a su encuentro. Una palabra de caridad en él hubiera aplacado el furor que siente. Pero lejos de ello, Juan le propone una posesión brutal, en pleno campo; al resistirse e insistir él, saca fuerzas de su propia estimación y estrangula al esposo, mientras pronuncia unas palabras que son la culminación de una feminidad herida por el desvío, y de una maternidad frustrada por el destino:” Eso nunca, nunca. Marchita, pero segura. (…) Y sola. Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva, con el cuerpo seco para siempre (…): no os acerquéis, porque he matado a mi hijo…”
 
 Lorca, un escritor tan nuestro, ha calado, con genial intuición, en el alma de la mujer española, disculpando o justificando sus defectos para irlos engarzando poéticamente en sus virtudes encauzadas en el más profundo anhelo de toda mujer: la sublime y augusta función de la maternidad.