Un paseo por la historia: El palacio del Conde de las Navas

Palabra en el tiempo


En la histórica calle malagueña denominada de las Beatas, de trazado irregular en anchura y rectitud de la ciudad musulmana medieval y construida junto a lo que fuera la antigua muralla, vivieron personas de rancio abolengo.


María Jesús Pérez Ortiz
Filóloga, catedrática y escritora

 El origen de su nombre se encuentra en el hospicio de Respiciatos de San Francisco, atendido por monjas o “beatas”, toda una lección sobre la historia de nuestra ciudad. Allí se ubicó un palacete, en el que destacaban algunos elementos arquitectónicos como el dintel de la entrada, las rejas de las ventanas y un arco de medio punto en el zaguán, un ejemplo del barroco malagueño. Se construye hacia 1770, año en que Mª Antonieta contrae matrimonio con Louis-Auguste, de 15 años (quien llegaría a ser Luis XVI de Francia); el rey Carlos III declaró marcha de honor a la Marcha Granadera, actual himno de España y nace en Bonn (Alemania), Beethoven, uno de los más grandes músicos de la historia.

 Éste edificio, situado en el nº 15 perteneció al Conde de las Navas. Pero también en la calle Beatas, además de dicho palacio, se conservan del período barroco los nºs 17, 35 Y 49, aunque el primero fue reformado por el arquitecto municipal Jerónimo Cuervo en 1877, el mismo año en que construyó el inmueble situado en el nº 21. En el denominado estilo decimonónico malagueño se encuadran los nºs 27, 28 Y 36, mientras que los restantes edificios del siglo XIX están clasificados como pertenecientes al estilo decimonónico burgués. Todo un paseo por la historia de Málaga, sus palacios, sus enclaves y sus gentes…

 ¿Pero, quién fue el Conde de las Navas…? ¿Quién fue tan egregio personaje…? Juan Gualberto López Valdemoro y Quesada, hijo de los condes del Donadío y futuro Conde de las Navas, nació en Málaga un 26 de septiembre de 1855 en el entonces nº 61 de la calle Beatas; año en el que asistimos a una a una verdadera revolución burguesa urbana que tenía como común denominador la hostilidad al clero regular y el deseo de acabar con el carlismo y en el que, de otro lado, se produce el triunfo del Romanticismo en España con el estreno de la obra teatral “Don Álvaro o la fuerza del sino” del Duque de Rivas. Fue bautizado en la iglesia de San Juan.



 En 1856 aparece empadronado junto a su padre Norberto López Valdemoro y su madre Juana Gualberto y Quesada, Condesa de Donadio de Cassasola y su abuela viuda María del Carmen Pizzarro, 4ª Condesa de las Navas, título creado en 1795 por el monarca español Carlos IV a favor de José Ramirez-Rico y Uribe, primer Conde de las Navas.

 Su abuela, Carmen Pizarro Ramírez, IV Condesa de las Navas era una excelente pintora. En el diccionario de Ossorio y Bernard, “Galería biográfica de artistas españoles del siglo XIX”, figura doña Carmen que había contribuido en 1840 con un cuadro al óleo “de su mano” a la rifa que se organizó en el Liceo Artístico de Madrid con el objeto de aliviar la situación económica del pintor Antonio María Esquivel, que había quedado ciego. En el Prado se conserva una marina pintada al óleo sobre hojalata que también se atribuye a la Condesa de las Navas. La obra ingresó en el Museo en 1889, proveniente de una donación de la duquesa viuda de Pastrana.

 La infancia de Juan Gualberto transcurre en Málaga, donde estudia bachiller, aunque su título está expedido en Cabra (Córdoba). En 1870 se traslada al colegio del Sacro Monte granadino, donde cursaría la carrera de Derecho obteniendo 6 años más tarde la licenciatura en Sevilla; fue allí donde se iniciaría en las aficiones que constituirían el objeto de su vida, los libros y las letras. En aquella época conoció en Lucena (Córdoba), en casa de su abuela, doña Carmen Pizarro, a quien luego sería su maestro y gran amigo, el novelista egabrense, don Juan Valera.

 Con apenas 20 años entró en contacto con las más destacadas figuras literarias de la época, en las famosas tertulias de doña Emilia Pardo Bazán y de Juan Valera: Cánovas del Castillo, Menéndez Pelayo, Martínez de la Rosa, Octavio Picón, Salvador Rueda, Blanca de los Ríos- aquella erudita española que en 1931 se convertiría en la primera mujer galardonada con la Medalla de Oro del Trabajo-, y con poetas de la talla de José Zorrilla o Rubén Darío.

 En 1888 era alumno de la Escuela Diplomática de Madrid donde termina la Carrera de Archivero, Bibliotecario y Arqueólogo. Estudia también Filosofía y Letras, ejerciendo como catedrático de Paleografía en la Universidad Central. La amistad de su familia con los Reyes le abrió las puertas de Palacio siendo nombrado en 1893, Bibliotecario Mayor de S. M. el rey Alfonso XIII.



 Mantuvo correspondencia con el eminente polígrafo don Marcelino Menéndez y Pelayo, Senador del Reino y Director de la Biblioteca Nacional. También mantuvo relación con el novelista Juan Valera, con ese “hombre de mundo refinado y epicúreo” como siempre lo definió mi maestro don Fernando Lázaro Carreter. En el Homenaje que la Real Academia rindió a Valera en diciembre de 1924, con motivo del centenario de su nacimiento, su amigo del alma, el Conde de las Navas, resaltó el optimismo del novelista egabrense que, como Menéndez y Pelayo, jamás creyó a España falta de pulso. Asimismo destacó sus dotes literarias: “Maestro del buen decir, fue con Fray Luis de León y Cervantes, uno de los creadores del idioma. Conoció a centenares de personas, pero intimó con pocas de ellas. Todo su espíritu parece recogido y encerrado en los 48 volúmenes publicados a su muerte por su hija doña Carmen. No se distinguió por su ternura, pero en su obra se encuentra al hombre leal y justo”.

 Escritor prolífico, dotado de extraordinario ingenio y gracia, comienza su carrera literaria en 1886, cerrándola en 1929 con sus “Obras incompletas”, serie de cuentos y chascarrillos, muestra de su carácter andaluz abierto y cordial. Entre sus volúmenes de relatos cortos y novela figuran “La decena del fraile” (1895), “El procurador Yerbabuena” (1897) y “La Pelusa” (1903).

 Al parecer se pasó su vida con la ilusión de ocupar un sillón en la Real Academia Española, soñaba con sentarse en ese estrado. Al fin vio culminado su deseo y en febrero de 1924-a los 69 años- lee su discurso de ingreso en presencia del rey Alfonso XIII, siendo elegido a propuesta de don Ramón Menéndez Pidal y Emilio Cotarelo. No obstante la tardanza en ingresar, durante los últimos años de su vida colaboró muy activamente en las labores propias de la Academia, demostrando ser un magnífico académico, digno del asiento R que ocupó durante los diez años que le quedaron de vida.


Reconstrucción de Palacios del Conde de la Navas

 Un 20 de mayo de 1925 se le nombra hijo predilecto de Málaga, siendo alcalde don José Gálvez Ginachero. Fue miembro Preeminente de la Academia de Letras Humanas de Málaga, Correspondiente de la Real de Buenas Letras de Sevilla y Gran Cruz del Mérito Civil de Alfonso XII. El Conde de las Navas y del Donadío de Cassasola se retiró de la vida pública al advenimiento de la República, falleciendo en Madrid el 28 de abril, a los 79 años de edad.

 Un 18 de noviembre de 1938 el Ayuntamiento de Málaga pone su nombre a una calle. En sus obras junto al título y escudo escribe “MALACITANUS”. Paisaje y paisanaje, para orgullo de todos los malagueños, se dan cita en este ilustre y singular personaje, egregio habitante de la calle de las Beatas: EL CONDE DE LAS NAVAS.