El amor tardío de Antonio Machado

Palabra en el tiempo


En 1950, doña Concha Espina recoge retazos de cartas, adornadas por glosas de indiscutible belleza literaria, bajo el título: “De Antonio Machado a su grande y secreto amor.

María Jesús Pérez Ortiz

Filóloga, catedrática y escritora
 
 ”Según la ilustre comentarista éstas abarcan desde 1929 hasta 1935 en que una carta cargada de lirismo pone el broche final: “Adiós, mi diosa, Dios contigo y el corazón de tu poeta.” La mayor cantidad del exiguo montón de misivas pertenece a la etapa en que el poeta desempeñó la cátedra de francés en el Instituto de Segovia.

 Los papeles de Machado revelaban su inclinación por una mujer a la que enmascaraba con el seudónimo de Guiomar. Un amor bañado con un sol otoñal aunque ardiente de palabra. Los siguientes fragmentos confirman como Machado se dejó conquistar por esa diosa: “…¿Cómo has conquistado a tu poeta? Tú, tan serena, tan suave, ¡tan fuerte! ¿De qué sustancia invisible es la cadena que me echaste al cuello? Y todo sin pretenderlo. Esa es la diferencia entre la mujer y la diosa…”

 Justina Ruiz de Conde, sugirió que “Guiomar” pudiera ser la poetisa Pilar Valderrama, a quien Antonio Machado conoció en Segovia y pudo tratar más en Madrid donde ella residía. Los fragmentos de cartas aluden a ciertos cafés madrileños y a algún rincón segoviano, para sus íntimos y furtivos encuentros. “Guiomar” era una mujer casada.

 Como ya hemos señalado, Concha Espina dice que “desde fines del 35 ya no pudo Guiomar tener comunicación ninguna con su enamorado”. En “Otras canciones a Guiomar”( en “Poesías completas” de 1936), se recuerda la amarga escena de despedida y separación del poeta y su amada, un emotivo adiós: “Sé que habrás de llorarme cuando muera/para olvidarme y, luego,/poderme recordar, limpios los ojos/que miran en el tiempo./Más allá de tus lágrimas y de/tu olvido, en el recuerdo,/me siento ir por una senda clara,/por un “Adiós, Guiomar” enjuto y serio.” 



 Más tarde, en Barcelona, en 1938, Antonio Machado escribiría un estremecedor soneto a la separación, que la guerra hacía definitiva y total, y donde hay una alusión privada del poeta al mar portugués a cuya orilla pasó “Guiomar” los fatídicos años de la contienda: “De mar a mar entre los dos la guerra,/más honda que la mar. En mi parterre,/miro a la mar que el horizonte cierra./Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,/miras hacia otro mar, la mar de España/que Camoens cantara, tenebrosa./Acaso a ti mi ausencia te acompaña./A mí me duele tu recuerdo, diosa./La guerra dio al amor el tajo fuerte./Y es la total angustia de la muerte,/con la sombra infecunda de la llama/y la soñada miel de amor tardío,/y la flor imposible de la rama/que ha sentido del hacha el corte frío.”

 En “Canciones a Guiomar” el poeta declara un amor platónico, casi abstracto, en cuanto que no iba a llevarles a unir sus vidas, y difícilmente sus cuerpos. Y ante la dificultad de unión carnal poder beber una suerte de linfa superior, en comunión de almas. Pero el poeta acaba negando aun ese sueño ante la imposibilidad de unión verdadera: “…No puede ser/amor de tanta fortuna;/dos soledades en una,/ni aun de varón y mujer.”

 En una de sus cartas a Guiomar escribía Machado: “Cuando nos vimos no hicimos sino recordarnos. A mí me consuela pensar esto, que es lo platónico (…) Aunque te parezca absurdo, yo he llorado cuando tuve conciencia de mi amor hacia ti; por no haberte querido toda la vida”. El poeta parece revivir un ayer que no fue suyo, pero que pudo serlo; el hoy es un “Todavía”, y el amor de ahora resucita idealmente ese pasado ya irremediable y perdido.

 Sin embargo, nunca contemplaron la posibilidad de legalizar su situación, cosa factible en años en los que el divorcio estaba permitido en España. Y es que Guiomar, poetisa de religiosidad tradicional y señora burguesa, no estaba dispuesta a romper con su mundo que interfería con la orientación histórica, ideológica, social y política del poeta.

 El amor con Guiomar no adquirirá claridad poética sino a partir de la crisis de despedida, ocurrida por dificultades ajenas a su voluntad. La amada, cuya imagen real ha sido ya borrada por el olvido, aparecerá como sueño, como “creación apasionada” del amante : “…asomada al malecón/que bate la mar de un sueño,/y bajo el arco del ceño/de mi vigilia, a traición,/¡siempre tú/Guiomar, Guiomar,/ mírame en ti castigado:/ reo de haberte creado/ya no te puedo olvidar.”



 Es del todo convincente que para quien atribuía tanta importancia al sueño, la ausencia tuviese más valor que la presencia, pues es la ausencia la puerta que se abre al mundo de las ensoñaciones: “Se canta lo que se pierde…” Y aunque la ausencia es dolor en virtud de lo que se pierde, le queda al poeta la certeza y la esperanza de encontrar en ese mundo una riqueza mayor y verdadera :”…este momento terrible de la separación, ese principio de tu ausencia,(…), que es como un desgarrón en las entrañas”. Mas luego, comienza a abrirse paso de nuevo, la felicidad: “Cuando pasen estos momentos del tránsito de tu presencia a tu recuerdo, que son los verdaderamente trágicos, volveré a ser feliz con tu imagen rememorando una por una tus palabras y tus labios ¡y tus ojos!”.

 Y es que para el poeta el amor es casi siempre un juego de la imaginación. La amada, como realidad, no es más que un elemento secundario desde el que parte el enamorado, siempre imaginativo, para crear, en su soledad, esa criatura ideal, como hizo don Quijote al crear la Dulcinea de sus pensamientos. Todo esto es una realidad tan vivida entre el poeta y Guiomar que en alguna ocasión le confesaba cómo prefería algunas veces alejarse de ella, que vivía en Madrid, para irse a Segovia y, desde allí, pensarla, crearla… : “… Me voy a soñar contigo por esas calles de Segovia”. Es el placer poético de la ausencia. Esa mezcla de pena y encanto que tienen las evocaciones es lo que las llena de melancolía. Y esto es lo típicamente machadiano: “el sueño melancólico de la amada ausente”, siempre lacerando el alma aquel “dolorido sentir” de Garcilaso y aquella “aguda espina dorada” de Machado.