¿Natural? No, gracias

La otra mirada


No es la primera vez que escribo de esto, creo.

 Pero tampoco sería la primera vez que me repito y, después de todo, mi cacumen no da para más. De modo que reitero que soy muy poco aficionado a eso que se da en llamar La Madre Naturaleza. Creo que no va todo con mayúscula, pero cuando escucho hablar de ella a rurales de fin de semana, campesinos de periodo vacacional y, en general, a gente cuyo entorno habitual es el cómodo medio urbano, creo que lo pronuncian así. Las gentes que, por contra, deben vivir del fruto de su trabajo en el medio rural saben que esa madre, caso de serla, es una madre acéfala que no da nada que ellos no hayan trabajado, y mucho, antes. No hablo de oídas y sé perfectamente que almendras y olivas no caen al suelo a no ser que uno se emplee bien a palos con los olivos y almendros. Es un ejemplo, tonto, lo sé, Pero a mí me vale.

A los puristas del lenguaje les digo que amagar en mi pueblo significa estar con la raspa doblada y es lo que hay
 No soy insensible a la belleza de la naturaleza en su salvaje esplendor, pero si muy partidario de verla lo más lejos posible o en condiciones perfectamente creadas artificialmente: Un amanecer o un atardecer desde mi ventana, o desde la terraza de un bar con un refresco a mano tienen su belleza, qué duda cabe; pero estar doce horas amagado sobre la tierra con una hoz en las manos, es una cabronada. A los puristas del lenguaje les digo que amagar en mi pueblo significa estar con la raspa doblada y es lo que hay. Las reclamaciones a Toni Cantó que dudo que conozca la expresión y, mucho menos que haya doblado la raspa alguna vez.

 Casi siempre prefiero lo artificial, lo cultural; por oposición a lo natural porque sé que el trabajo de las manos del hombre, o de su cabeza son los que hacen el mundo un lugar medianamente confortable a estos monos desnudos, bípedos implumes y hombres a fin de cuentas con muchas más necesidades que medios naturales para atenderlas. La oponibilidad del pulgar, la postura erecta y poco más, son las herramientas con las que nos ha dotado la evolución. Todo lo demás, de las lascas de sílex a los cuchillos de cocina nos los hemos tenido que agenciar nosotros, mientras de paso buscábamos cobijo a nuestras desnudeces y poco equipamiento natural, insisto en lo de natural, para hacer frente a la intemperie, Nacemos desnudos y a la intemperie y son nuestras madres las que cubren nuestra desnudez y cobijan nuestra evidente vulnerabilidad. Y las que poco a poco nos van acompañando en ese crecimiento del cerebro infantil al adulto, crecimiento necesario para poder aprender todas las habilidades que a un humano le son necesarias para, simplemente estar vivo, en un principio. Después deberá aprender a trasformar el entorno que le tocó en suerte para mejorarlo, y a eso le llamo trabajo; y a obtener de ese trabajo con qué atender sus necesidades y las de los suyos. Que no son pocas.

...trabajar esforzarse, da como resultado los frutos de la cultura
 Y todo ese largo proceso que va desde el parvulario a la jubilación, todo ese bregar, trabajar esforzarse, da como resultado los frutos de la cultura: El pan que te alimenta, el fuego con el que fríes los huevos, las mejores obras de la literatura universal, el canto gregoriano, la cerveza fresquita de la nevera que calma tu sed, la casa que habitas, la ropa que cubre tu desnudez. Todo artificial.

 Por contra, los volcanes y sus erupciones, los terremotos, los virus, las serpientes venenosas, las cucarachas, son absolutamente naturales.

 ¿Natural? Ni el agua, que sabe Dios que tiene antes de ser depurada. A no ser que sea el agua de Alhama, que tampoco nos llega naturalmente a los grifos, por otra parte.

 Porque morir es natural, yo prefiero más la vida, y todas las cosas bellas que el hombre con sus manos fabrica. Que no tiene el ritmo para entrar por fandangos, pero mentira no es.