A Juan Manuel Brazam. "La no existencia del tiempo"

Cartas Alhameñas

¿Es posible que el tiempo no exista, que sea real aquello de que únicamente lo que hacemos es ir alargando nuestro devenir sobre un inmenso plano cósmico donde todo queda y permanece?.


“CARTAS ALHAMEÑAS”
Andrés García Maldonado
A JUAN MANUEL BRAZAM
"La no existencia del tiempo"


Querido Juan Manuel:

 El tiempo ha continuado arando sus surcos, más los años de la infancia y la niñez siguen poseyendo una gracia verde y florida en el espíritu. El trajín del transcurrir de la vida, con sus pasos acelerados, con sus palabras constantemente desparramadas, con sus miradas llenas de preguntas, con sus sentimientos plasmados en almas y lienzos, nos ha ido alejando de aquel primer ayer.

 Y de pronto, vuelve a tomar vida aquella chispa distinta en los ojuelos que un día brillaron intensamente, donaire que supera la fatiga con la que el paso de los años ha cargado nuestras miradas, y el recuerdo de aquel tiempo se deja ver, quizá atraído por una simple anécdota, por un rostro borroso, por un arrinconado esbozo de un paisaje alhameño, por la misma profunda mirada del retrato al óleo de la abuela o, sencilla y emocionalmente, por la presencia imborrable en nuestras almas y corazones de nuestros cuatro seres queridos que se nos marcharon.

 Sí, por eso te remito esta carta hoy, cuando se cumple un año de aquellas horas, vísperas del alba, en que Felipe tomó el camino de la Otra Orilla, tras poner en clara evidencia durante toda su vida aquella gallardía y valentía, que generosamente desprendía su condición humana y su espíritu nada común, eso que desde chicos nos atraía de él.

 Al conjuro de lo recordado, ante esta nueva vivacidad emocional, vuelve a tornarse en realidad incorpórea aquel mundo que hace tanto tiempo físicamente se marchó de nuestro ser, que no de nuestro sentir.

 Y, querido hermano, renace la duda: ¿Es posible que el tiempo no exista, que sea real aquello de que únicamente lo que hacemos es ir alargando nuestro devenir sobre un inmenso plano cósmico donde todo queda y permanece?.

 ¿Son, definitivamente, una misma cosa principio y fin? Quizá suceda como viene a ocurrir con el manantial creador del artista, donde el primer trazo que dio aquel niño que fuiste ha llegado hasta el hombre de hoy, con la última pincelada que hayas dado esta misma mañana, clamando, como siempre, dignidad, libertad y justicia para el ser humano. Todo ello brota y es parte de un mismo cuadro, de una única y esencial obra, la vida misma del artista.

 O será, simplemente, que giramos y giramos sobre nuestra propia coexistencia y, en nuestro constante retornar, vamos rehaciendo los caminos que perdimos para, dichosa y sorprendentemente, poder alcanzar el Todo del que procedemos. Algo así como cuando en cada lienzo, virgen y dispuesto, sitúas lo mejor de tu sensibilidad artística, sin que ni tu alma ni tu corazón pierdan un mínimo ápice de ello, convirtiéndose en un insólito e inigualable espejo espiritual, excepcional e irrompible, donde todo se trasmuta en una dichosa reverberación de sentimientos que desbordan las limitaciones que tiempo y espacio nos vienen imponiendo desde que se dice que el hombre es hombre.

 Todo puede ser un espejismo. Pero, si todo lo imaginable puede alcanzarse, todo puede ser posible. Y hay, además, algo evidente, volvemos a estar donde ayer, con parte de los sueños de niños hechos realidad y con la realidad -en tantas ocasiones tan dura y hasta cruel- queriendo acercarnos a nuestra niñez, buscando todos al unísono romper con los dolores y sosiegos que en el transcurrir de nuestra existencia se han ido incrustando en nosotros, probablemente, porque aún nos queda alguna parte de aquella luz y esperanza que tanto nos hizo querernos y soñar juntos. Hasta llegar a sentir, aunque no lo expresamos, que puede que alguna vez volvamos todos a estar juntos, como decía el noble e inteligente de Félix Luis, "como si volviésemos de un larguísimo e insólito viaje".

 Mejor que nadie, desde que me traías de Granada calcomanías y aquellos montones de corbatas, sabes como soy desde niño cuando, por las noches, nos cubríamos hasta la cabeza para, expulsando con fuerza nuestro aliento, calentar la fría cama, en aquellos inviernos en los que volvías a nuestra Alhama por vacaciones. Por eso, sé que en nada te extrañará esta carta y el correo por el que te la remito.

 Además, estoy decidido a que no se me extravíe ninguna de las que estoy moralmente obligado a escribir y, por supuesto, porque jamás he olvidado la atroz maldad de aquel cartero que escondió cientos de cartas por no caerle bien las personas o las ideas de sus destinatarios o remitentes en tiempos en los que una carta podía suponer el consuelo y la esperanza de y para toda una vida.

 Un fuerte abrazo, querido Juanma.

 Andrés