Don Rodrigo Ponce de León, el héroe que introdujo a Alhama en la historia

Historia

 La decisión del ataque a Alhama en febrero de 1482, como desquite por el asalto musulmán a Zahara, así como la de su conservación para Castilla, la tomó don Rodrigo Ponce de León, compartiéndola con el asistente de Sevilla, don Diego de Merlo, así nuestra ciudad entraba en la Historia y hasta en la Leyenda.

"Alhama, Histórica"
Andrés García Maldonado
Don Rodrigo Ponce de León, el héroe que introdujo a Alhama en la historia

 Rodrigo Ponce de León fue el principal caudillo cristiano de toda la guerra de Granada ó, lo que es lo mismo, de la última guerra de la Reconquista. Comparado, y en ocasiones hasta con mayores méritos y realidad histórica, con el mismísimo Cid Campeador. Su conocimiento de los musulmanes granadinos y del reino de Granada, su valor, acreditado desde que siendo un niño ganó la batalla del Madroño, su inteligencia, prudencia y generosidad, lo convirtieron en el principal colaborador de los Reyes Católicos para que éstos se hiciesen con el reino de Granada, así como en uno de los más importantes y legendarios protagonistas de la Historia de España de su tiempo.

 Fue él, junto con Diego de Merlo, asistente de Sevilla, quien decidió la sorpresa de Alhama, en aquellos inicios de 1482, y quien adoptó la primera medida para que la ciudad, en vez de ser desmantelada como era el propósito primero al hacerse con ella, se conservase definitivamente para Castilla. Dicho de otra forma, fue quien decidió que nuestra ciudad entrara en la Historia y, más aún, en la Leyenda.

 Nació en la provincia de Cádiz en 1443, VII señor de Marchena, III conde de Arcos, II y último marqués de Cádiz, I duque de Cádiz y I marqués de Zahara. Comenzó a usar el título de marqués de Cádiz antes de cumplir los diecinueve años, en 1462, tomando parte en correrías contra los moros y en el mismo sitio de Gibraltar, a la par que, a la muerte de su padre, continúo las luchas de familia con los Medina-Sidonia, ensangrentado casi permanentemente el suelo de Andalucía.

 Como nos dice la denominada “Colección de documentos inéditos para la historia de España”, una de las razones por las que el marqués de Cádiz se mostró, en un principio, reacio en figurar entre los partidarios de Isabel de Castilla, fue la de estar casado con Beatriz Pacheco, hija del marqués de Villena, ministro de Enrique IV, pero cuando las circunstancias le llevaron a reconocer a doña Isabel y a don Fernando no tuvieron estos reyes “súbdito más leal ni más bravo paladín”, y al servicio de la reina de Castilla alcanzó su mayor gloria.

 Ni cristianos ni musulmanes cumplían las treguas pactadas. Unos y otros llevaban a cabo algaradas, correrías y conquistas. Aún en tiempos de Enrique IV, el duque de Medina-Sidonia, buscando hacer daño al marqués de Cádiz, se puso de acuerdo con el mismo rey de Granada para que éste se hiciese con la fortaleza de Cardela, la que pertenecía a la Casa de Arcos, la del marqués. Y así continuo esta situación durante algunos años.

 Ya en 1481, estando los moros de Ronda muy dolidos por los grandes daños que el marqués les causaba constantemente, reuniéndose los hombres principales del reino de Granada y decidieron llevar a cabo la toma de Zahara, lo que produjo la natural alarma en toda la frontera cristiana con el reino de Granada.

 Entonces los nobles andaluces deciden contestar con un contragolpe. Se habla y hasta se propone que éste puede ser la toma de la misma Málaga, pero el experto Juan Ortega de Prado, capitán de las compañías de escaladores, con las informaciones que facilitó, hizo que fuese Alhama la elegida, ya que ésta estaba mal guardada por estar tan metida en el reino de Granada y ser una ciudad fuerte, situada en una alta montaña y cercada por un río, sin tener nada más que una subida a su fortaleza, por una cuesta alta y agria, como escribió el cronista Valera. Además, como nos dice Palencia, su situación y fortificaciones le hacían ser confiada y, así, descuidar su vigilancia por parte de sus moradores.

 Carriazo, el historiador que más ha profundizado en cuanto aconteció en la guerra de Granada, con inigualable rigor, nos dice que aunque fueran los tanteos preliminares obra del marqués de Cádiz o de Diego de Merlo, si no es que actuaron conjuntamente, la dirección de la empresa fue de don Rodrigo Ponce de León, “avezado a la lucha de la frontera, valeroso y prudente, y que disponía de fuerzas propias, bien entrenadas en la guerra con el moro”, consiguiendo además que se incorporaran a la expedición importantes caballeros de la nobleza castellano-andaluza, no siendo llamado a ello el duque de Medina-Sidonia tanto por su rivalidad con el marqués como por sus discusiones con Diego de Merlo.

 Tras una dramática y encarnizada lucha, dada la resistencia que opusieron los musulmanes alhameños, los cristianos se hicieron con la ciudad. El marqués puso una vez más bien en evidencia su valentía a la par que su caballerosidad, especialmente en lo que respecta al trato que da a las musulmanas a las que ampara, al mismo tiempo que hace justicia con un tornadizo que aquí se encontraba y que había hecho mucho daño en sus entradas a tierra de cristianos, de las que, por su condición natural, tenía bastante conocimiento.

 Tomada Alhama, se propuso abandonarla, como parece ser que era el primer propósito de los cristianos, lo que se desprende tanto de la actitud de destrucción y derramamiento de toda clase de alimentos como de alguna crónica musulmana que nos indica que, cuando llegan los musulmanes de Granada para recuperarla, los castellanos se disponía a partir de esta ciudad, pero el marqués de Cádiz decidió conservarla y, por lo tanto, defenderla, y envía cartas de socorro a todos los señores de la frontera.

 En sus “Antigüedades de España”, el canónigo de la catedral de Córdoba doctor Bernardo Alderete, obra publicada en 1614, en Amberes, nos dice, como transcribe el mismo Carriazo:
“En la toma de Alhama se escribieron algunas cartas. Tengo una de ellas original; como cosa curiosa y digna de estima, la pondré aquí:

 “Señores:
 Sabed que al servicio de Nuestro Señor el cerco a que venimos de esta ciudad de Alhama se hizo muy bien, como cumplía a servicio de Dios y de los reyes nuestros señores, y a nuestra honra. Que el jueves al alba se escaló la fortaleza, y nos apoderamos en ella, y luego comenzaron algunos a salir por la villa, y como no salieron con concierto, no se pudo apoderar luego por la mañana, hasta que se ordenó la gente; y por la fortaleza salió gran parte de gente a la villa, y por un portillo que hizo en el muro de la otra parte de la dicha fortaleza entró así mismo gente. Y como quiera que los moros pelearon bien en las torres y barreras que habían fecho por las calles, se apoderó todavía la dicha ciudad, y murieron así moros, y algunos caballeros cristianos, y otra gente, y hubo heridos. Y dándose orden de recaudo, cual conviniere, para la guarda de la ciudad. Y porque convendrá hacer otras cosas, conviene mucho, señores, vuestra venida sea luego, con toda la gente y fardaje que traéis, y así el nuestro fardaje, que allá quedó, con la gente de a pie y de caballo que con todo quedó. Y vuestra venida sea el puerto de Çafarraia, porque allí nos juntemos, y tomado el puerto por vosotros avisadnos con vuestros peones por dos partes cuándo seréis en el puerto, el día y la hora, porque a aquella misma nosotros seremos allí. Y Nuestro Señor guarde vuestras muy virtuosas personas y estados. De la ciudad de Alhama, a tres de Marzo de 82 años.

El marqués de Cádiz - El Adelantado - El conde de Miranda - Don Juan de Guzmán - Don Martín Fernández - Diego de Merlo

 Prácticamente al día siguiente de ser enviada esta carta, Muley Hacén se presentó ante Alhama con todas las fuerzas que pudo reunir, al menos con más de cincuenta mil hombres y, según algunos otros cronistas, hasta con bastante más de cien mil, poniendo sitio a la ciudad e intentando reconquistarla durante veinticinco días, con continuos asaltos que pusieron a prueba el temple de las tropas andaluzas.

 Difícil fue mantener el abastecimiento de agua para las personas y bestias que se encontraban dentro de Alhama, unas doce mil personas y cinco mil bestias. Viendo los granadinos que no conseguían asaltar la ciudad, decidieron privarla de agua, y así en procurarla y defenderla murieron muchos de una y otra parte, dando en situación tan desesperada el marqués de Cádiz nuevas pruebas de resignación en las privaciones y la adversidad.

 Acudieron al llamamiento de los sitiados en Alhama lo mejor de la nobleza andaluza, por no decir toda ella, siendo el máximo honor histórico de esta respuesta la que dio el duque de Medina-Sidonia, como ya hemos escrito en esta sección de "Alhama, Histórica", que, quizás a pesar de no solicitársele por los sitiados, acudió al peligro, con las gentes que reclutó a sus expensas, con todos sus vasallos y con los demás señores fronterizos que él había convocado.

 El rey de Granada, al tener noticia de la llegada de este importante socorro, levantó el cerco, y el cronista Fernando del Pulgar nos narró el encuentro, en las mismas puertas de Alhama, del marqués de Cádiz con su eterno rival el duque de Medina-Sidonia, el denominado "Abrazo de Alhama" que se encuentra en nuestra sección de "Historia" de este medio de comunicación.

 El marqués de Cádiz, que tenia entonces treinta y ocho años y que acababa de vivir quizás el hecho que más renombre le daría entre los tantos que le distinguieron a lo largo de toda su vida, dejando como primer alcaide de Alhama a Diego de Merlo, marchó con el resto del ejercito a Antequera, donde le esperaba el rey don Fernando, volviendo con éste a Alhama, a finales de Abril, tras que Muley Hacen volviese a sitiarla.

 Retornó en bastantes ocasiones más a Alhama. Concretamente, en enero de 1488, estuvo aquí seis días, cuando se dispuso a caer sobre Almuñecar.

 Tras la toma de Alhama, continuó su entrega a la lucha contra los musulmanes granadinos y al año siguiente, en marzo de 1483, sufrió la más triste derrota, la que él había advertido y la que se llevó a cabo por la insistencia del maestre de Santiago: la de la Axarquía malagueña. Todo un desastre para los cristianos y en cuya retirada, a pesar de haber visto morir allí mismo a tres de sus hermanos, a dos sobrinos y a muchos de sus mejores amigos y vasallos, corriendo grandes peligros, dio las más alta prueba de su valor y pericia, huyendo con concierto y sabiendo reponer, día tras día, el espíritu de lucha y de organización para hacer frente y derrotar a quienes no cesaban de perseguirles.

 Un mes después, tras la batalla de Lucena, en la que cae prisionero el mismo Boabdil, quien más insiste, como hábil político, en que se deje libre al mismo para que el reino de Granada siga dividido, en continua guerra civil entre éste y su padre, es el marqués de Cádiz.

 Fue el más esforzado y decidido caballero en todo el transcurso de esta guerra, distinguiéndose siempre con hechos y gestas que, además de hacerle merecedor del favor y el afecto máximo de los mismos Reyes Católicos, le convirtieron, tanto para la historia como para la misma leyenda, en un personaje superior, en tantas y tantas ocasiones, al mismo Cid Campeador a quien más la leyenda que la historia le darían el renombre que ha tenido hasta nuestros días.

 En su obra “Cádiz y su provincia”, Adolfo de Castro, efectuó la siguiente semblanza de quien fue señor de Arcos de la Frontera, Zahara, Rota, Chipiona, Isla de León (actual San Fernando), Ubrique, Benaocaz, Villaluenga, Grazalema y la misma Cádiz: “Don Rodrigo Ponce de León, uno de los mayores héroes con los que la Historia de España cuenta, fue de alta estatura, de blanca tez, de rubios cabellos, no rizados al hierro afeminadamente sino al duro contacto del yelmo que, desde los últimos años de su niñez, oprimió sus sienes. Montaba garbosamente a caballo y no era fácil hallar quien le excediese en destreza para manejarlo. Tenía por gala el desaliño en el vestir. Todos celebraban sus altas prendas sin infamarle alguno, pues no hallaban que censurar en él. Nunca pudo contener los impacientes deseos de su espíritu... Su valor nunca llegó a la temeridad, ni aún tocó en la imprudencia. Sus órdenes más parecían que mandatos ruegos...El suceso más inopinado lo hallaba siempre provenido. Esforzaba a sus tropas con más energía que palabras, porque la fuerza de su voluntad con pocas sabía transmitirles el fuego bélico que ardía en su corazón... Sus vasallos no se cansaban de agradecerle los favores, ni él de repetirlos y continuarlos. Eran en él naturaleza la misericordia; la severidad ó el rigor de la justicia, violencia. En los grandes peligros, cual si fuera de mármol o de bronce, no sentía; sobre las fatigas estaba la agitación de su espíritu, su incansable sufrimiento, su confianza en el vencer, que cuando llegaba era un tardo alivio a la impaciencia de su corazón fogoso. Su entendimiento claro, con aquella vivacidad que se dirigía constantemente al acierto, no veía en el peligro el peligro, sino la victoria que esperaba su deseo”.

 Lafuente Alcántara, al hacer referencia al mismo y a su muerte, lo que aconteció el 28 de agosto de 1492, en Sevilla, escribe: “El marqués-duque de Cádiz, nervio y alma, como el Aquiles de esta famosa guerra, que desde su principio hasta su fin, desde la sorpresa de Alhama hasta la rendición de Granada, se encontró en todas las batallas y se señaló por su esfuerzo en todos los combates; el más cumplido caballero castellano, amante de sus reyes, amado de sus vasallos y galante con las damas, tan activo para adquirir bienes como pródigo en gastarlos; este insigne campeón de su religión y de su patria, sobrevivió poco a la conquista de Granada, muriendo todavía en buena edad -cuarenta y nueve años-, a consecuencia de sus largas fatigas y padecimientos, y como si este soldado de la fe, lo mismo que su amigo el de Medina-Sidonia, vencidos los guerreros de Mahoma, hubieran cumplido su misión sobre la Tierra.”, el duque de Medina, su antiguo rival con el que hizo las paces ante las murallas de Alhama, murió tres días antes que él, así como fallecieron en aquél mismo año una larga serie de próceres que habían sobresalido en el guerra de Granada. Como dice Carriazo, desaparecía toda una generación de caballeros una vez cumplida su importante misión histórica.



 Así, reconociendo y admirando la magnífica serie "Isabel" de TVE que a todos nos ha deleitado, comenzando por su rigor y enfoque en cuanto a los hechos y datos históricos se refiere, tan sólo, entre algún otro detalle de poca importancia, hemos de estar en desacuerdo con el trato que da, en un principio, a don Rodrigo Ponce de León. Cierto que sus disputas eran realmente intolerables, más aún cuando por perjudicarse entre sí, se llegó en alguna ocasión a aliarse con el enemigo musulmán para perjudicar al “adversario” cristiano, pero de ahí a no darle de entrada la importancia que el primero tuvo en la guerra de Granada y presentarlo como un caballero preocupado tan sólo en sus intereses, no estamos de acuerdo. 

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
- “Cádiz y su provincia”, Adolfo de Castro, Cádiz, 1858.
- “Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España”, Tomo 106, Biblioteca Nacional, Madrid.
- “Historia de la Guerra de Granada”, Juan de Mata Carriazo Arroquia, en “Historia de España” dirigida por R. Menéndez Pidal, Tomo XVII, Volumen I, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1978.
- “Un reino para nuestra historia”, Andrés García Maldonado, “La Comarca”, 1º trimestre, Alhama de Granada, 1992, y “Anuario 1992 de Alhama Comarcal”, Alhama de Granada, enero, 1993.
- “La Toma de Alhama. De un hecho feudal a una cuestión de Estado”, Andrés García Maldonado, Conferencia Conmemorativa de la Muerte de Isabel la Católica, Medina del Campo, noviembre de 2001.
-“Isabel la Católica y Alhama”, Andrés García Maldonado, Excmo. Ayuntamiento de Alhama de Granada, Publicación Conmemorativa del V Centenario de la Muerte de Isabel la Católica, noviembre, 2004.