Aquella feria de mi niñez



Para los que nacimos entre los años cuarenta y cincuenta, pienso que igual sucedería con los que vinieron al mundo en décadas y hasta centurias anteriores, las ferias eran uno de los acontecimiento más esperados, como sucedería también durante bastantes años después. Viviéndose con enorme ilusión tanto su llegada como su desarrollo, por lo que en todos nosotros dejaron, por lo general, unos gratísimos recuerdos que jamás nos han abandonado. (Imagen de  Los Vibras 1965 )


ALHAMA, HISTÓRICA
Por Andrés García Maldonado


Ya la feria de junio era bien recibida, aunque podía suceder que tan sólo unos días antes, hasta en la misma víspera de ésta, hubiésemos recibido una que otra “calabaza” en nuestros estudios de los primeros años del Bachillerato. Así, de algún modo, venían aquellas fiestas a aliviar nuestro “pesar” que, afortunadamente, en unos cuantos días, quedaba superado, eso sí, no olvidando que septiembre, aunque nos pareciese lejano en aquellos momentos, nos esperaba nuevamente.

 Los Guerras, años 60
Pasábamos el verano, jugando más que estudiando, y cuando llegaban los últimos días de agosto, el que tenía que volver a los institutos de Granada a examinarse de alguna asignatura en aquella  dichosa y durísima “Enseñanza libre”, todo un curso que se jugaba a un sólo examen de menos de una hora, casi se preocupaba tanto del temido examen como de que éste coincidiese con las fechas de la  feria grande de Alhama, la de septiembre, pues, de suceder esto, los tan esperados días de feria los teníamos perdidos y ya, hasta la feria de junio del año siguiente, no volverían otros. En aquellos años, los días de feria con algunos de Navidad, eran para los niños los mejores de todo el año.

Aquel 1961
, hace ahora exactamente medio siglo, con un suspenso en junio, pero con la suerte de que el examen tuvo lugar, precisamente, la semana anterior a la feria, fue el último año que viví con mi familia como residente de Alhama. A partir de finales de aquél mismo septiembre dejaría de ser vecino de mi querido pueblo, aunque jamás, por supuesto, de sentirme alhameño y de estar permanentemente vinculado a esta tierra de mi nacimiento, como ha sucedido en el transcurso de todos y cada uno de estos cincuenta años que han transcurrido, con la fortuna de poder decir que, de las cien ferias que desde entonces se han celebrado, sólo no he podido venir a unas diez de ellas.

La del citado año, con unas cuantas más de mi niñez y otras varias de mi juventud, fue inolvidable para mí, no tan sólo por los gratos recuerdos que me dejó, sino porque en aquella ocasión se produjo un relanzamiento de la feria de septiembre realmente excepcional para la época que se vivía. Emilio Fernández Castro, en aquellos momentos teniente alcalde-delegado de Festejos, supo darle a la programación de la misma un giro y un impulso que, hasta en estos años de tantas posibilidades y disponibilidades económicas, tendríamos que tener por ejemplo. Emilio, con imaginación y entrega, adelantándose a su tiempo, actuó más que como concejal de Fiestas como un verdadero edil de Cultura, como ahora se dice.

Como siempre, ya en la mañana del día 7 de septiembre, estábamos toda la chiquillería, al menos los que sabíamos que en nuestra casa podría alojarse un músico de la banda del Ave María, expectantes a la llegada de ésta. El reparto de los músicos por las casas de los que tenían posibilidad de dar alojamiento y alimentación, aceptándose con mayor o menor agrado, suponía que, durante aquellos días, los menores de la casa tendríamos la posibilidad, sino de tocar cualquier instrumento musical, si de manosearlo e intentar hacer algún pinito musical, lo que, cuando más, se quedaba en el inicio de un redoble de tambor o en un molesto trompetazo, pero hasta esto nos ilusionaba y llenaba de satisfacción.

También aquella feria tuve esa suerte, nos correspondió el mismo músico que había estado en casa en la de junio. Tiempo después me enteré que, gracias al cariño que ponía mi abuela Inocencia en atender a aquellos chiquillos, así como a su exquisita y generosa mano para guisar y para preparar los suculentos bocadillos que el chaval se llevaba cuando iba al río con sus compañeros, el mismo músico pidió que se le asignase la casa donde se había alojado en la feria anterior, lo que se le concedió y mi abuela acepto con agrado.

Al anochecer de aquel 7 de septiembre, una magnifica iluminación en el Paseo, como así se le denominaba -ya estaba el cisne pero sería en la segunda mitad de aquella década, concretamente con ocasión del II Festival de Alhama, cuando se comenzó a denominar Paseo del Cisne-, así como en las calles más céntricas, nos hizo sentir aún más profundamente que la feria se iba a iniciar, lo que respaldó aún más el primer concierto en aquella feria de la banda de música en la que, por supuesto, entre sus primeras interpretaciones musicales estaba ‛‛la rancherita", con aquellas imborrables estrofas de ‛‛Allá en el rancho Grande, allá donde vivía...”, quizás la música más pegadiza de toda nuestra niñez y primeros años de juventud.

Por si teníamos alguna duda de que ya estábamos en la feria grande de Alhama, al día siguiente, hacia las siete de la mañana de entonces, las ocho de ahora, un combinado de cohetes y sones de la Banda de Música, efectuando una sonora diana por las calles de la ciudad, nos despertaba confirmándonos ya plenamente que la feria había comenzado.

Saltábamos de la cama y, rápidamente, salíamos a ver a la banda de música, la que ya venía escoltada por numerosa chiquillería que la acompañaba en todo su recorrido, el que concluía, en la entonces inhóspita Plaza del Duque de Mandas donde tenía lugar la inauguración de la feria de ganado que, aún por aquél tiempo, era importante hasta el punto de que toda aquella explanada se veía abarrotada de animales y de un trajín de agricultores y negociantes de muy diversos lugares, comenzando por los de Alhama. Me gustaba ir a ver todo aquello y, dentro de lo posible, observar las compraventas que se hacían, molestándome sobremanera los golpes que algunos vendedores, con gruesa vara de almendro, propinaban a sus caballos, mulos o asnos para hacer ver la vitalidad y fuerza de los mismos.

Aquella mañana del 8 de septiembre fue muy emotiva para mí. En la biblioteca municipal, entonces en la planta baja del ayuntamiento, se inauguró una exposición de pintura y dibujo, y mi hermano Juan Manuel, a pesar de sus pocos años, destacaba ya como pintor, todo un orgullo para mí y, más aún, cuando escuchaba los elogios que se le hacían por los asistentes al contemplar su cuadro, comprendiendo algunos porqué meses antes se la había concedido el Premio Nacional Juvenil de Pintura, entregándoselo la misma esposa del entonces Jefe del Estado.

 Ya por la tarde, como nos encantaba a la chiquillería,  me fui al campo de tiro de ‛‛El Imparcial”, donde tenía lugar el campeonato de tiro al plato. Vitoreamos cada acierto y, más aún, si se trataba de un tirador alhameño, que eran muchos, muchísimos,  de excelente puntería. Con enorme interés seguíamos los turnos de tiro para los desempates, los que se repetían una y otra vez hasta que uno fallaba y el otro se proclamaba campeón.

Al atardecer, desde los balcones de la casa de la calle Enciso en la que nací y vivía, veía como se elevaban los globos y fantoches, a la par que los cohetes y palmas reales por unos instantes adelantaban en su ascensión a aquéllos pero, a continuación, caían.

Nos aseábamos y arreglábamos rápido, nos poníamos la mejor ropa que teníamos, la de los domingos, que no era mucha, y a la feria con un duro, cinco pesetas que daban para mucho, por día, aunque en ocasiones contábamos con algo más gracias al "feriajo" que recibíamos de los familiares más allegados y que, en tantas ocasiones, supusieron el ingreso decisivo para sacar adelante "dignamente” la feria.

Una vuelta por el paseo
, un rico helado de los del bueno de Alejandro, cucurucho de dos reales, y, quizás una tirada a las duras y resistentes bolas de caramelo en una caseta de tiro, las que tras recibir nuestra acertada plomada nos era entregada manoseada y nosotros, sin el más mínimo escrúpulo, chupeteábamos a continuación; acto seguido, una vuelta en una bicicleta alquilada -del inicio de la calle Académico Hinojosa al final de la calle Adarve Remedios, ida y vuelta, dos reales-, un viaje en ‛‛las olas" o en ‛‛las volaeras” ó, los más atrevidos, en ‛‛la barca", donde el campeón dando vueltas completas continuas, hasta por decenas y coreándoselas el numeroso público que se congregaba cuando lo hacía, era por aquél tiempo ‛‛El limpia”, hijo y ejerciente de limpiabotas.

Después, algo más de paseo y un nuevo concierto de la banda de música que, aunque repetía muchas piezas, llegando a ser machacona en algunas de ellas, siempre nos agradaba, no sólo porque fuese gratis sino porque, dentro de lo que era de esperar y dado la poca música que escuchábamos durante todo el año, prácticamente ninguna, no nos parecía nada mal.

 Los Vibras 1965

También se inauguró aquella noche una tómbola benéfica en el local municipal que entonces se seguía designando como “El Casino” -el que construyó generosamente Francisco de Toledo para la Sociedad Económica de Amigos de País-,  acudiendo todas las autoridades, representaciones y personas distinguidas. Todas, con mayor o menor gana, adquirieron boletos, siendo los regalos que recibieron los afortunados muy diversos y despertando ello en los niños una gran curiosidad por saber los premios que se iban entregando, comentándose por los asistentes cuando se trataba de algo especial, como una batería de cocina, un juego de cubiertos que no una cubertería, una colcha, etc.

Más Paseo quizás el apetitoso trozo de turrón de Jijona, algunas barquillas y a curiosear por todas partes, sin dejar atrás las casetas de objetos diversos que mirábamos remirábamos, pero en las que jamás comprábamos porque no teníamos dinero para ello o porque, de hacerlo quedábamos ya hundidos económicamente para el resto de la feria. Para terminar, si había quedado alguna peseta de las asignadas para aquél día, sentados o de pie, unos churros en una de las ‛casetas" dedicadas a esto -unos cuantos mástiles sosteniendo unas sábanas y sillas y mesas caseras dispuestas para el público-, situadas en La Carrera, junto al lugar donde años después se construiría el edificio para la biblioteca y ahora nuevamente limpio de edificación. En todas estas casetas eran excelentes los churros, pero los de la buena de Ascensión siguen siendo inolvidables e insuperables, por su calidad y por la humanidad de quien los hacía. Y tras esto, a casa y a dormir, hacia las tres de la madrugada.

Al siguiente día, si hubo diana musical no lo recuerdo, el "transnocheo" anterior impediría verificarlo. Eso sí, hacia las diez de la mañana, nos encontrábamos presenciando la salida de la “gran prueba ciclista” que tuvo por recorrido una ida y vuelta al Cruce de Moraleda de Zafayona y como premios 300, 200 y 100 pesetas para, respectivamente, los tres primeros clasificados.

Después, ya en las horas del mediodía, la tradicional ‛‛postulación por distinguidas señoras y señoritas a beneficio de la Cruz Roja Española”, como solía indicar el correspondiente programa oficial de la feria, a la que, en cierto modo, temíamos los chavales que teníamos amigas que participaban en la postulación y, más aún, si alguna de ellas nos gustaba, pues, si nos las encontrábamos o nos encontraban, que era generalmente lo que sucedía, podíamos llegar a tener que echar en la hucha benéfica que portaban dos reales o una peseta, por aquello de no hacer el ridículo, quedando afectada la provisión monetaria con la que contábamos para aquella mañana.

Aquél 9 de septiembre de 1961, a primeras horas de la noche tuvo lugar la entrega de premios de la primera edición del Certamen Literario, en el salón de actos del ayuntamiento, con lectura de los trabajos premiados, siendo muchos los trabajos presentados, y la adjudicación de premios y menciones honoríficas. Los premios en metálico fueron de 400, 300 y 200 pesetas, respectivamente, para los tres mejores trabajos. Consiguiendo el primer premio un magnífico poema de quien había sido profesor mío Manuel Vinuesa Jiménez del Barco, titulado “Alhama, la novia del río”, y el segundo una poética narración de Claudio Moles, destacando también mi maestro Agustín Molina Jiménez, siempre entrañable y querido como mi citado profesor Manuel Vinuesa quien falleció, precisamente, un 9 de septiembre, el de hace diez años, cuando el certamen cumplía sus cuarenta años de existencia.

Después, como en las noches sucesivas, repetición de la velada ferial anterior aunque podían darse las variantes de ir al circo, instalado en La Joya, o al Cinema Pérez que ofrecía sesiones de tarde y noche todos aquellos días, procurando películas para todos los públicos, ofreciendo un ‛‛local refrigerado", lo  que se conseguía con la apertura de la  totalidad de las puertas que daban hacia la parte de los tajos.

Ya el tercer día de feria, nos acercamos a presenciar el excelente torneo de ajedrez que tuvo lugar en el salón de actos del ayuntamiento, entre los equipos de Loja, Antequera, Vélez-Málaga y Alhama, con un premio de 500 pesetas al equipo vencedor y, es lo cierto, quedando muy bien el de Alhama.

Más conciertos de la banda de música, además de los pasacalles, venia a efectuar una media de tres conciertos diarios en el paseo, el primero de ellos,  hacia la una de la tarde se veía muy  concurrido por la chiquillería, aunque no pocos niños no tenían posibilidad de disfrutarlo hasta su conclusión, debido a que tenían que salir corriendo para no perderse ‛‛la comida extraordinaria” que, con ocasión de la feria, se ofrecía a los niños y niñas acogidos en el Auxilio Social.



Por la tarde en el “Estadio de los Malagueños” se disputó el “Trofeo de Bodegas Alonso”, encuentro de fútbol entre los equipos de Brácana y Unión Deportiva Alhameña. Gran afluencia de público, dura resistencia de los de Brácana y, al final, si mal no recuerdo, una sonada victoria de los nuestros, hasta con un inolvidable gol en plancha de Pedrillo Raya tras que éste estrellara un balonazo en un poste. Satisfacción general y felicitaciones para nuestro histórico equipo: Richard, Paco ’‛el Tropa", Lucas Morales, Paquiqui, Pepe Maldonado conocido por su potencia como ‛‛Pepón’‛, Juan Castro, Fernandillo Castro ’‛el de la Posada", Manolo Castro, Pepe Casasola, Justo López -“Justillo” por ser el benjamín- y Pedro Raya. Vibrábamos con nuestro equipo. Se habían superado aquellos años de tremenda rivalidad futbolística local entre ‛‛Colorados’‛ -“los de la Placeta”- y ‛‛Cadáveres” –“los de la Joya y otros barrios”­. Nació del acuerdo común de éstos la Unión Deportiva Alhameña y los frutos, en la temporada concluida, habían sido buenos. Un joven Juan Castro Valladares, precisamente en el programa oficial de aquella feria de septiembre, escribió: “La Unión Deportiva Alhameña, cierto es, ha tenido altibajos durante la temporada, pero si nos ponemos a analizar despacio su campaña, veremos que la marcha que ha seguido es de una regularidad digna de elogio, arrojando un balance verdaderamente prometedor y que hace concebir esperanzas para el futuro, ya que de los veintidós partidos jugados se ganaron quince, se perdieron seis y se empató uno, consiguiéndose ochenta goles por cincuenta encajados, dando un balance de éxito bastante elocuente”.

Con esta variedad de actos y actividades, y muchas otras, más las propias de toda feria de esta índole, iba transcurriendo nuestra feria grande de septiembre hasta que, en la noche del último día, el 11 de septiembre, se abarrotaba todo el centro de Alhama, llegando personas y familias enteras, de todos los cortijos y pueblos cercanos, para pasar la última noche de feria y, sobre todo, para presenciar el “gran castillo de fuegos artificiales anunciando la terminación de la feria con una gran traca valenciana”. Lo cierto es que, dentro de las posibilidades con las que al respecto se contaban, el castillo de fuegos artificiales fue muy digno y, sin lugar a dudas, la anunciada traca valenciana. "El trueno gordo”, como lo denominábamos la chiquillería, nos sorprendió a todos a pesar de que, esperándolo cuando dábamos por  finalizado el castillo y las tracas que nos acercaban hacia su conclusión, permanecíamos tapando nuestros oídos con nuestras manos.

Cuando concluían los fuegos artificiales, hacia las doce treinta de la noche de entonces, ahora la una y media de la madrugada, la feria, su bullicio y alegría continuaba durante alguna hora más pero, tras un breve y ultimo concierto de la banda de música, poco a poco, la gente se iba marchando y algunos buscaban las casetas de turrones, casi en todas ellas se hacían ofertas de tabletas rebajadas de precio, para ‛‛invertir” las últimas pesetas que podían quedarles, quizás con la idea de que la pena que ya sentían al ver concluida la feria de septiembre, la podrían aliviar en alguna medida con un que otro trozo de turrón a partir del mismo día siguiente, en el que, jamás lo he podido olvidar, y lo he vivido en muchas ocasiones, nuestra Alhama quedaba desierta y hasta desolada en contraste con los días anteriores y, prácticamente, haciéndonos ver y sentir que el verano había terminado y, con él, el tiempo de vacaciones.

Y, para mí, en concreto, que días después partiría para Granada con mi madre y hermanos, dejando de vivir en Alhama, aunque, como me propuse y he tenido la suerte de conseguir año tras año, en muy pocas ocasiones he faltado a disfrutar, en todos sus días de celebración, la feria de septiembre, la feria grande de Alhama, la que cumple ahora ciento sesenta y cinco años, la que por los nuevos tiempos, modo de vida, casi total pérdida de visitantes de otros pueblos y lugares y, sobre todo, reducción del número de habitantes de la misma Alhama, tanto ha mermado en participación, sin entrar ahora en una causa directa en lo que a la misma se refiere, la falta de atractivo que por sí las ferias de los pueblos tienen en la actualidad y, más aún, cuando no cuentan con programas de actividades atrayentes ni para los propios vecinos.