El Chique


 Como cada tarde, el Chique apareja su borriquila, le echa las aguaderas, y en ellas coloca (con la ayuda del ama) los dos cántaros de agua, la olla, los ramales.. y cualquier encargo que los segadores le hicieran el día anterior. Con la agilidad de sus once años monta en ella y allá va, por el camino de las eras, a encontrarse con los segadores, que ya lo esperan, hoy en el Cerro de la Yesera. Con los ojillos medio cerrados, por el cansancio y por el sueño, y por el sol que le da de frente, tararea: "Una paloma blanca, como la nieve, bajó al río a bañarse..."

 Y allá en el tajo los segadores esperan impacientes su llegada y la celebran con algún breve comentario. Y dejando la hoz sobre la última pavea, se dirigen a la sombra de la chaparra (a veces es sólo la sombra de unas gavillas en vertical) donde darán buena cuenta de la olla y el tocino. Un buen trago de agua de la botija y… listos para ponerse en marcha otra vez.

 Y es que la jornada aún no ha acabado para ellos: después de la olla, el último reveso. Y cuando el cielo se vaya poblando de estrellas y la oscuridad de la noche no les permita ver el ramal, extenderán su manta sobre el rastrojo y allí dormirán hasta que la luz del nuevo día les permita reanudar la faena.

 Un poco más tarde comenzará la jornada laboral del Chique; porque él también es trillero. No tiene aún los once años cumplidos y ya este verano se ha colocado con unos parientes que tienen una buena labor. Con ellos, en su casa, pasará una buena temporada: allí dormirá, allí comerá, allí será uno más. Y con su trabajo de niño podrá aportar algo a la maltrecha economía familiar.

 Su primera labor diaria será llevar el café a la era para los mayores, que empezaron su jornada antes del amanecer. Para cuando llegue el primer carro de gavillas, el cesto de la comida estará preparado en el sombrajo. Y el niño ya estará montado en la trilla para dar vueltas y vueltas, hasta que algún mayor diga: "vamos a volver la parva, que es medio día y hay que irse a comer".

 Y el maldito aire empezará a correr bien pronto para no dejarlo ni descansar un ratico antes de volver a la era: otra parva espera amontonada, y él, escoba en mano, tendrá que conseguir mantener el pez limpio de granzas, abaleando “con la escoba llanica y de abajo a arriba, de abajo a arriba”, como dice su tío.

 Y dejará la escoba para volver con su borriquila al tajo de la siega. Y volverá a trillar, y a abalear… y estas serán las "vacaciones" del niño jornalero, que ahora es trillero y Chique y abaleador. Y en diciembre será aceitunero; y en marzo, cuando haya que sembrar los garbanzos, será “pintaor”.

 No le teme al trabajo en el campo; es más, le gusta. Pero no le gusta faltar a la escuela y, en ocasiones, ha de hacerlo. Y muchas veces, mientras deja caer los garbanzos pisando los talones al gañán, mientras arranca del hielo las salteras en las frías mañanas de diciembre, mientras se dirige al tajo de la siega montado sobre su borriquilla, piensa; piensa y sueña. A nadie cuenta sus sueños, ¿para qué? Pero a él le gustaría ser maestro cuando sea mayor. Maestro como D. Manuel. Pero, para ser maestro hay que estudiar, estudiar una carrera. Estudiar en Granada... Imposible.

Santa Cruz del Comercio, octubre de 2014
Luis Hinojosa