Querida Olivetti

Querida Olivetti

 De repente el otro día me acordé de ti, de las tardes y noches de desvelos golpeando tus teclas intentando, inútilmente, limpieza y pulcritud en la presentación de los trabajos.

 
Querida Olivetti:
 
 Debes de reconocer que hemos sufrido mucho juntos, tú los golpes de mis inexpertos dedos, yo los saltos que solías dar, de vez en cuando, en los últimos tiempos de tu vida útil; pero también hemos disfrutado cuando, al fin y tras muchos sudores, conseguíamos algo presentable. Sabes de mí muchas cosas que la gente ignora, conservas en la memoria de tus cintas mis anhelos, deseos, amores, sueños imposibles, desamores y amores no correspondidos. Conservas también poemas que hace tiempo condené a la papelera, relatos impublicables y, en fin, largos años, los que pasaron desde que, de la tienda de Emilio Fernández, te llevamos a nuestra casa, También conservas trabajos y esfuerzos de mi hermano. No había dinero para dos máquinas.
 
 Sé que ahí, en lo alto de la estantería en la cual descansas me reprochas calladamente que te abandonara, que después de entregarme los mejores años de tu vida, también de la mía lo fueron, te reemplazase por aquella hermana tuya electrónica y a esta por el ordenador en el que ahora tecleo estas lineas, algo nostálgicas, lo reconozco.
 
 No sé si recuerdas aquella primera “La otra Mirada”, de papel, yo sí, recuerdo que la escribí a mano, en una hoja de un cuaderno y que después, trabajosamente la escribí sobre tus teclas, equivocándome muchas veces, gastando muchos folios y tiempo. Pero al final creo que valió la pena, yo al menos quedé satisfecho del resultado.
 
 No he de decirte que contigo aprendí no solo a mecanografiar, nivel usuario, si no que aprendí a escribir, si es que sé escribir, supongo que a estas alturas algo habré aprendido, después de muchas horas dedicadas a emborronar hojas de libretas y de pasar a limpio o a máquina los frutos de esos desvelos. Creo que ya nadie hace borradores a mano, que nadie pasa a limpio o a máquina sus creaciones y que se publican tal como salen del magín de sus creadores y que, hoy que el corrector ortográfico y el diccionario de la RAE, están en el mismo aparato con el que se escribe, se escribe nada más que regular. Es el precio de la prisa, de la inmediatez de las redes sociales, que hoy sustituyen a ese Paseo del Cisne junto a los futbolines en el cual nos encontrábamos al atardecer los jóvenes que por la época tecleábamos a máquina los trabajos del ‘insti’. El paseo ya no es igual, los futbolines hace tiempo que desaparecieron y los jóvenes algunos peinan canas y otros apenas peinamos nada.
 
 Y no es que me esté quejando por el paso del tiempo, que es algo no solo inevitable si no deseable, es que hay veces en las que de repente te asalta un recuerdo, de esos que te pillan casi a traición y te dejan una sonrisa, un poco triste, en los labios y te pones a recordar y a comparar. Una cosa es cierta y es que contigo no había riesgo de que una vez acabado el escrito se fuese todo al garete por error humano o capricho de esta máquina, a fin de cuentas, es una máquina. Justo como ha ocurrido hace un rato: que ya tenía lista una mirada de las “políticas” y por capricho del procesador de textos se fue al lugar en el que habitan los sueños, las ilusiones y los deseos insatisfechos, incumplidos y rotos. Que no sé dónde es, pero alguna vez habrá que indagarlo. Supongo que es el mismo lugar al que van a parar las promesas electorales, los pactos post electorales y casi todas las cuestiones que tienen que ver con la política patria desde que el presidente de por entonces, aún escribía contigo, vieja Olivetti, dejara claro que el color de los gatos es irrelevante a la hora de cazar ratones, es decir que el color de las ideas es algo banal, que lo importante son los resultados, pero, como dice el personaje de “Irma la Dulce”, “esa es otra historia”, una historia de la que apenas me apetece escribir; como tantos y tantos españoles, estoy empezando a sentir un cierto hastió de las cosas de la “rex publicam” y tal vez por ese motivo, fuese mi deseo de huir de eso lo que hizo que la primera mirada que he escrito hoy, esta es la segunda, se haya perdido. Confieso que no lo sé.