Becas flacas


 Me apropio del título de la novela de Tom Sharpe a sabiendas de que a él ya nada le importa y de que a sus herederos legales supongo que tampoco, máxime cuando recomiendo a mis paisanos su lectura para reír a carcajadas, que nos hace falta.

  Pero es que el título es inigualable para hablar del asunto que hoy traigo a colación, que no es otro que el de la idea lanzada hace algunos días por las mentes pensantes del equipo de Wert, en el sentido de que la inversión en forma de becas debería recuperarse, por lo cual proponen debatir que la beca pase a ser un préstamo que el becario debe devolver una vez obtenido un puesto de trabajo, gracias a la carrera becada. El problema de que encontrar un trabajo una vez concluida la carrera, sea el inicio de una larga y complicada carrera de obstáculos, valga la redundancia, parece no desanimar a quienes lanzan la idea. Es más, yo creo que la intención es animar a los jóvenes de talento pero faltos de recursos económicos a que no estudien, directamente. Es obvio que para el que goce, además del talento, de conocimientos en áreas de poder, familiares bien situados en lugares adecuados y otras situaciones que hacen grata la existencia, encontrar acomodo y situarse en la vida es mucho más fácil y, por tanto, devolver el préstamo-beca, algo llevadero. Por el contrario quien únicamente lleva en sus alforjas el título académico, y poco más, la lucha por trabajar en lo que se ha estudiado puede llegar a resultar algo que deje a las desventuras del viejo Odiseo en un paseo por el parque.

 Supongo que los componentes del grupo de colaboradores de Wert deben pensar que un pobre con estudios es algo casi absurdo, en el convencimiento de que los estudios sirven únicamente para situarse en la vida en posiciones cómodas, ese tipo de situaciones en las cuales el dinero fluye por canales distintos a los de la nómina, que esa sí que está controlada, y por tanto puede navegar fácilmente a paraísos fiscales en los que protegerse de lo que pueda venir, que nunca se sabe. Que a través de los estudios, además de encontrar ocupación se pueda progresar culturalmente y mejorar como persona, es algo que no entra en las mientes, en el pensamiento de aquellos para los cuales el mundo es únicamente un lugar que explotar, vender, alquilar o prestar. De esa forma de pensar surge esa idea de que el dinero que se invierte en formar ciudadanos, si no se recobra, se pierde.

 O tal vez el meollo de la cuestión sea que cuanto más formados sean esos ciudadanos, más difícil será conseguir que se crean esa ficción alentada por los medios comensales, no ya afines, directamente comensales, de que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que estamos en la senda de la recuperación y de que, de aquí a nada, España será el asombro de las naciones por su porte, belleza y la envidia de todos por el bienestar de que gozaremos, es solo cuestión de un momento, oiga.