“¿…Y na?”

Opinión


Domingo de Resurrección. Fin de una semana intensa, ajetreada, de cera e incienso, de torrijas y bacalao, de prisas y accidentes, de cristos y vírgenes, de cornetas y tambores, de novios de la muerte.

 Para el turismo, esta pasada Semana Santa, ha sido una Semana Santa excepcional. Y, quieras o no, la prensa, la televisión, la radio, el ambiente… te engullen y no puedes escapar de esa semana loca. Loca, sí. Me da la impresión de que la gente se afana en abarcar en unos días experiencias gastronómicas, folclóricas, artísticas, de sol y playa, de montaña… y hasta religiosas.

 Confieso, y no me extraña que se me tilde por ello de bicho raro, no haber visto jamás esos famosos desfiles procesionales de las grandes ciudades. Nunca se me ocurrió desplazarme a Málaga, a Sevilla, ni siquiera a Granada para participar o contemplar sus famosas “madrugás”, “macarenas”, “Cristo de los gitanos”… y esos marciales legionarios con su cabra. Ni siquiera los he visto aquí en Alhama este año, lo siento.

 Y, por supuesto, nada tengo en contra de la legión ni de su participación en desfiles procesionales. Y admiro (he visto vídeos) su marcialidad, su destreza con las armas, su entusiasmo al cantar. Otra cosa es que considere el fusil como el complemento más idóneo para un acto religioso. Admiro la elegancia de esas mujeres con mantilla, la música que acompaña con preciosas marchas. Y, cómo no, el arte, la espiritualidad, el sentimiento que infunden tantas y tantas imágenes. Es hermosa nuestra Semana Santa.

 Pero algo muy distinto es qué hay de religioso en estas escenificaciones, en estas atracciones turísticas. Esos costosos trajes de penitente, esas túnicas bordadas en oro, las majestuosas y artísticas imágenes, las marciales bandas de cornetas y tambores…. Bien merece todo este espectáculo el montaje de tribunas, el costoso alquiler de sillas, las calles abarrotadas de público, los largos desplazamientos. Y si, además, contamos con las vistosas exhibiciones de un grupo de fornidos legionarios, el espectáculo será inolvidable.

 Más sencillas, menos espectaculares, menos turísticas, pero mucho más llenas de sentimiento religioso, creo, son las procesiones de nuestros pueblos. A pesar de mi escasa tradición procesional, muy pocos años, desde mi llegada a Alhama, he dejado de acompañar a nuestra Virgen de las Angustias en todo o parte de su recorrido por las calles. Y muchas veces, cuando yo aún era un hombre fuerte, llevé a nuestro Padre Jesús Nazareno por las calles de Santa Cruz. Y creo que se puede percibir en el ambiente esa fe, esa devoción, esa confianza y amor de hijos que rezan a su patrón o a su patrona, depositando en ellos su esperanza y confiando recibir la ayuda o el consuelo que de nadie más esperan recibir.

 También es verdad que muchas veces me planteo serias dudas respecto a estas manifestaciones piadosas. ¿Es esto el cristianismo? ¿Tiene esto mucho que ver con el evangelio, con la buena nueva que Cristo vino a traernos? ¿Complacerán o tal vez enojarán a nuestros santos patronos las muestras de fervor religioso de un día, ese cariño que, como dice el himno, tal vez quede “solo en flores”?

 Hace ya muchos años, pero lo conservo vivo en mi memoria. Aquel dicho de un joven albañil forma parte de una reducida pero rica colección que he acumulado a lo largo de mi vida y que en múltiples ocasiones he tenido la oportunidad de aplicar y comprobar la honda filosofía que encierran. Mes de agosto y un calor de cuidado. La cuadrilla de albañiles está cerrando la segunda planta y yo echo una mano en lo que puedo, aunque a veces estorbo más que ayudo. Por la calle pasa una chica que no es que sea fea, pero tampoco excesivamente atractiva y, además, ya se le empieza a pasar el arroz. El joven se queda mirando con descaro, un ladrillo en una mano y la palustra en la otra y, cuando la chica se aleja, vuelve serio y resignado a su labor, coloca el ladrillo en su sitio y dice: “¿…y na?”.

 Recuerdo aún mis acaloradas discusiones de juventud con motivo de algunas ocasionales procesiones que pude ver recorriendo las calles de Granada. Recuerdo mi indignación, nunca manifiesta, contra la jerarquía de la Iglesia que permitía lo que yo consideraba un despropósito. Pero maduramos con el tiempo y todos, creo, nos volvemos más tolerantes. Sigo pensando que esas multitudinarias exhibiciones religiosas (unas más, otras menos) no tienen mucho que ver con el mensaje de Jesús. Sigo pensando que algunas de ellas, con carreras, bailes y otras excentricidades, rozan, si no el ridículo, sí lo cómico. Sé que a veces reducimos nuestro compromiso religioso a unas velas, a un llevar a hombros nuestra imagen más venerada, a una cuota ‘religiosamente’ pagada o a colgarnos al cuello una medalla. Lo sé. Pero ya no juzgo a nadie. Solo recuerdo al joven albañil y pienso para mis adentros: “¿…y na?”

Santa Cruz, abril 2017
Luis Hinojosa Delgado.